Elena Pérez Rodríguez firma este pasodoble que cantó la comparsa La calle en la final. Cuenta la historia de un hombre ludópata y alcohólico pero lo realmente interesante de esta letra es, desde un punto de vista filosófico que describe el itinerario que dentro de su árbol de decisión vital escoge el protagonista de la letra.
Un árbol de decisión vital no es más que las distintas ramificaciones que aparecen ante una decisión que hemos de adoptar. En este caso, entre mantener 'una vida de trabajo y sacrificio por formar una familia con mis hijos y mujer' o una vida 'donde el vicio era un amigo siempre fiel'. A partir de la decisión que se tome en ese punto, se irá abriendo una serie de oportunidades diferentes a si se optara por otra. Al camino que recorremos en ese árbol de decisión vital es a lo que llamamos "una vida" pese a que vemos que otras muchas vidas fueron posibles si hubiéramos tomado otras decisiones distintas. El resto del pasodoble, presentado el árbol de decisión vital, se encarga de mostrarnos las consecuencias del itinerario seguido, del camino recorrido, de la vida vivida en una magnífica idea bien planteada y resuelta.
El destino,
son caprichos del destino…
Y es que hace veinte años
no me habría imaginado
que se cebara conmigo.
Una vida de trabajo y sacrificio
por formar una familia
con mis hijos y mi mujer.
Y sin darme apenas cuenta
que el camino que escogí
no era el correcto
me vi envuelto en una vida
donde el vicio era un amigo siempre fiel.
Poco a poco
fui formándome un hogar
en el bar de aquella esquina
donde me dejé mi vida,
el orgullo y la ilusión…
Se esfumaba la esperanza
que en las máquinas perdía
me convertí en el esclavo
del calor que daba un trago;
fui siervo de la bebida,
la vergüenza de mis hijos,
el escombro en el que nunca
quise haberme convertido.
En la calle me quedé
sin nombre y sin apellidos.
Hay días que en el parque los veo pasear:
dos niños de la mano que mis nietos serán
no me conocen porque soy sólo un deshecho
de aquél que fue su padre.
Ahora me siento muerto en vida
y le pido a Dios que se apiade
y me deje morir en la calle
me deje morir... Morir en la calle.
Y es que hace veinte años
no me habría imaginado
que se cebara conmigo.
Una vida de trabajo y sacrificio
por formar una familia
con mis hijos y mi mujer.
Y sin darme apenas cuenta
que el camino que escogí
no era el correcto
me vi envuelto en una vida
donde el vicio era un amigo siempre fiel.
Poco a poco
fui formándome un hogar
en el bar de aquella esquina
donde me dejé mi vida,
el orgullo y la ilusión…
Se esfumaba la esperanza
que en las máquinas perdía
me convertí en el esclavo
del calor que daba un trago;
fui siervo de la bebida,
la vergüenza de mis hijos,
el escombro en el que nunca
quise haberme convertido.
En la calle me quedé
sin nombre y sin apellidos.
Hay días que en el parque los veo pasear:
dos niños de la mano que mis nietos serán
no me conocen porque soy sólo un deshecho
de aquél que fue su padre.
Ahora me siento muerto en vida
y le pido a Dios que se apiade
y me deje morir en la calle
me deje morir... Morir en la calle.
Elena Pérez Rodríguez
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